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Cuando no tengo noticias de alguien por un tiempo prudencial es natural que extrañe y me cueste hallar consuelo. Pero al cabo de un tiempo empieza a crecer en mí un desinterés casi criminal. Una especie de protección, supongo. Don Coeur se enfría paulatinamente con una polenta arrolladora, a pesar de las órdenes melodiosas que le manda por todas las vías posibles Mister Cerebrito. Pero Don Coeur tiene vida propia, es un tanto quisquilloso y algo proclive a la rebeldía. Y si alguna vez, por esas vueltas de la vida, apareciera un atisbo de acercamiento de aquél que ha decidido perderse detrás de una quimera, no hay modo de que recupere temperatura. Ha pasado el cuarto de hora. El tren dejó atrás ese andén fantasmal. Ya nunca será lo que fue, o hubiera o pudiese haber sido.
Ni siquiera cabrá la más mínima posibilidad de que exista una pequeñísima analogía.
Ni siquiera cabrá la más mínima posibilidad de que exista una pequeñísima analogía.
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