.
En un cafecito de
Buenos aires, el poeta busca como perro en caza y mirada insomne a su
musa mortalmente herida al tiempo que aparta asqueado el cenicero de fasos a medio
fumar.
Más
hacia el sur, otro lírico creído observa desde su buhardilla cómo la
nieve ha vestido de blanco, arbustos y demás habitantes del jardín. El
mismo color pinta desiertos en la pila de hojas
que hace varias noches yace sobre su escritorio. Sólo manchas de café
frío escapándose de la taza salpican - y no de tinta - su amor propio.
En
una playa alejada, sentado sobre un médano húmedo, el trovador
náufrago, víctima sufriente, siente en su cara los primeros rayos que se
cuelan a través de un rebaño de nubes púrpuras. La fuerza de una ola le
arrebata los bollos de papel que durante la noche ha estrujado con
rabia una y otra vez. Maldita maldita soga, tan merecida - poor poor inocente - todavía sin aparecer.
Una noche de insoportable calor, el sudoroso barbado, piel sepia, pecho herido, mantiene la vista fija en el cursor titilante
y espera inútilmente que avance dando a luz palabras extintas. Muy pronto trinará su ostentoso canto el zorzal como una burla.
En
algún otro rincón del planeta, alguien – un otro otro - lápiz en mano,
intentará sacudir su desesperación sin advertir qué estación climática
ha caducado hace tiempo en el supuesto afuera.
Mientras
tanto aquí, en los altos de Av. Independencia, cuando los bellos elfos
habitantes de la casa aún duermen plácidos, ésta ella - la que juega, se despereza y danza - se mea, literalmente, en su mea culpa.
.
No hay comentarios.:
Publicar un comentario